"Mi libertad consiste en tomar de la vida lo que me parece mejor para mí y para todos; y en darlo con mi vida." J.R. Jiménez

Selección de poemas por etapas

PRIMERA ETAPA

Adolescencia
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.


—El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.—
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.


—Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.—


No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,...
y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
                      De: Rimas
 De Arias tristes (1903) es el poema número 1: su tono becqueriano es evidente (puede compararse con la rima LXI: «Al ver mis horas de fiebre...»). El número 2 pertenece a Jardines lejanos (1904) y es bella muestra de una visión enigmática que se sitúa entre el sueño y la realidad. Ambas composiciones son muy características de la poesía inicial de Juan Ramón, tanto por su contenido (la muerte, el misterio de la identidad, la noche, la naturaleza...) como por su tono melancólico, la sencillez de la versificación, la adjetivación matizada, etc.

   [1]

  Yo me moriré, y la noche
triste, serena y callada,
          dormirá el mundo a los rayos

                                                                de su luna solitaria.
     Mi cuerpo estará amarillo,
y por la abierta ventana
entrará una brisa fresca
 preguntando por mi alma.
   No sé si habrá quien solloce

                                                              cerca de mi negra caja,
  o quien me dé un largo beso
                                                              entre caricias y lágrimas.
   Pero habrá estrellas y flores 
                                                              y suspiros y fragancias
                                                              y amor en las avenidas
                                                             a la sombra de las ramas.
                                                             Y sonará ese piano
como en esta noche plácida,
y no tendrá quien lo escuche

                                                           sollozando en la ventana.
  De: Arias tristes
              [2]    

 ¿Soy yo quien anda esta noche
por mi cuarto, o el mendigo
que rondaba mi jardín
al caer la tarde ...? Miro
en torno y hallo que todo
es lo mismo y no es lo mismo...
¿la ventana estaba abierta?
¿yo no me había dormido?
¿El jardín no estaba blanco
de luna...? El cielo era limpio
y azul... Y hay nubes y viento
y el jardín está sombrío...
Creo que mi barba era
negra... yo estaba vestido
de gris... y mi barba es blanca
y estoy enlutado... ¿Es mío
este andar? ¿tiene esta voz
que ahora suena en mí, los ritmos
de la voz que yo tenía?
¿Soy yo ...? ¿o soy el mendigo
que rondaba mi jardín
al caer la tarde ...? Miro
en torno... Hay nubes y viento...
El jardín está sombrío...
... Y voy y vengo... ¿Es que yo
no me había ya dormido?
Mi barba está blanca... Y todo
       es lo mismo y no es lo mismo...   
  
                       
LA ETAPA MODERNISTA
Los dos poemas siguientes corresponden al libro La soledad sonora (compuesto en 1908 y publicado en 1911). En ambos utiliza una estrofa típica del Modernismo: el serventesio de alejandrinos. El sentimiento de soledad, la tristeza, la «nostalgia eterna» se visten ahora con un lenguaje muy refinado, cuajado de notas sensoriales, de valores pictóricos. La impresión de belleza es intensa. Nótese cómo el léxico empleado (sustantivos, adjetivos...) puede agruparse en esos dos polos: tristeza y belleza.
[3]
Pájaro errante y lírico, que en esta floreciente
soledad de domingo, vagas por mis jardines,
del árbol a la yerba, de la yerba a la fuente
llena de hojas de oro y caídos jazmines...
¿qué es lo que tu voz débil dice al sol de la tarde
que sueña dulcemente en la cristalería?
¿eres, como yo, triste, solitario y cobarde,
hermano del silencio y la melancolía?
¿Tienes una ilusión que cantar al olvido?
¿una nostaljia eterna que mandar al ocaso?
¿un corazón sin nadie, tembloroso, vestido
de hojas secas, de oro, de jazmín y de raso?
[4]
Las antiguas arañas melodiosas, temblaban
maravillosamente sobre las mustias flores...
sus cristales, heridos por la luna, soñaban
guirnaldas temblorosas de pálidos colores...
Estaban los balcones abiertos al sur... Era
una noche inmortal, serena y trasparente...
de los campos lejanos, la nueva primavera
mandaba, con la brisa, su aliento, dulcemente...
¡Qué silencio! Las penas ahogaban su ruido
de espectros en las rosas vagas de las alfombras...
el amor no existía... tornaba del olvido
una ronda infinita de trastornadas sombras...
Todo lo era el jardín... Morían las ciudades
Las estrellas azules, con la vana indolencia
de haber visto los duelos de todas las edades,
coronaban de plata mi nostaljia y mi ausencia...

Platero y yo se sitúa en la etapa modernista y, a la vez, inicia su superación. En el fragmento que insertamos, aún son plenamente modernistas el intenso sentido del color y algunas imágenes suntuosas. Por lo demás, es un extraordinario poema en prosa, lleno de emoción, como todo el libro.
[5]
PAISAJE GRANA
La cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa. Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profundo de umbrías aguas de sangre.
El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño, ruinoso y monumental. Se dijera, a cada instante, que vamos a descubrir un palacio abandonado...
La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable...
—Anda, Platero...

«POESÍA DESNUDA»
Con Diario de un poeta recién casado (1916), entramos de lleno en una nueva etapa, la de «poesía desnuda» o «intelectual». Poesía «pura», ciertamente, pero con una pureza muy distinta de aquella de sus comienzos: ahora ha eliminado todos los halagos formales, ha liberado el verso de medidas estrictas y de la rima, ha prescindido casi por completo de la adjetivación sensorial, y alcanza así una expresión escueta, con la que pretende comunicarnos vivencias difícilmente comunicables. He aquí dos poemas de aquel libro fundamental. En ellos se aprecia, junto con su anhelo de un presente inacabable, la fusión amorosa del poeta con la naturaleza (el mar).

[6]
MAR
¡Sólo un punto!
          Sí, mar, ¡quién fuera,
                           cual tú, diverso cada instante,
                              coronado de cielos en su olvido;
                    mar fuerte —¡sin caídas!—,
                                                                       mar sereno
                                   —de frío corazón con alma eterna—,
                                  ¡mar, obstinada imajen del presente!

[7]
No sé si el mar es, hoy
                          —adornado su azul de innumerables
                                                                 espumas—,
               mi corazón; si mi corazón —hoy
                   adornada su grana de incontables
                                                                espumas—,
                                                                es el mar.
                                                               Entran, salen
         uno de otro, plenos e infinitos,
                                                               como dos todos únicos.
                    A veces, me ahoga el mar el corazón,
                                                               hasta los cielos mismos.
               Mi corazón ahoga el mar, a veces,
                                                               hasta los mismos cielos.

Veamos ahora varias muestras de la poesía compuesta por Juan Ramón entre 1916 y 1936. Prosigue su preferencia por el poema breve, de lenguaje ceñido con que indaga el fondo de su alma o de las cosas, y persigue la «belleza innúmera» o la más alta perfección vital. El poema número 8 nos transmite una meditación sobre su ser más profundo.
En el número 9 proclama la consecución de un ideal de pureza que desemboca en la eternidad. El número 10 es buen ejemplo de una «interiorización» de la belleza, la cual reside más en la conciencia o la sensibilidad del poeta que en la realidad externa.
Pocos poemas como el número 11 encierran de forma tan reveladora el ideal de pureza y elevación en vida y poesía. En cambio, el poema 12 es una reflexión sobre la muerte, pero vista sin angustia, como coronamiento del ser. Finalmente, el poema 13 es expresión de esa «estación total» en que el poeta se siente henchido de vida plena, en medio de un mundo en plenitud. En poemas como éste y alguno de los anteriores, está en germen lo que poco más tarde será la poesía de Jorge Guillén.
[8]
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
(De Eternidades, 1918)

[9]
Está tan puro ya mi corazón
que lo mismo es que muera
o que cante.
Puede llenar el libro de la vida
o el libro de la muerte,
los dos en blanco para él,
que piensa y sueña.
Igual eternidad hallará en ambos.
Corazón, da lo mismo: muere o canta.
(De Eternidades, 1918)
[10]
¡No estás en tí, belleza innúmera,
que con tu fin me tientas, infinita,
a un sinfín de deleites!
¡Estás en mí, que te penetro
hasta el fondo, anhelando, cada instante,
traspasar los nadires más ocultos!
¡Estás en mí, que tengo
en mi pecho la aurora
y en mi espalda el poniente
—quemándome, trasparentándome
en una sola llama—; estás en mí, que te entro
en tu cuerpo mi alma
insaciable y eterna!
(De Piedra y cielo, 1919)

[11]
¡Ésta es mi vida, la de arriba,
la de la pura brisa,
la del pájaro último,
la de las cimas de oro de lo oscuro!
¡Ésta es mi libertad, oler la rosa,
cortar el agua fría con mi mano loca,
desnudar la arboleda,
cojerle al sol su luz eterna!
(De Poesía, 1923)

[12]
CENIT
Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú te unas con mi vida
y me completes así todo;
hasta que mi mitad de luz se cierre
con mi mitad de sombra,
—y sea yo equilibrio eterno
en la mente del mundo:
unas veces, mi medio yo, radiante;
otras, mi otro medio yo, en olvido—
Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú, en tu turno, vistas
de huesos pálidos mi alma.
(De Belleza, 1923)

[13]
EL OTOÑADO
Estoy completo de naturaleza,
en plena tarde de áurea madurez,
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
trasmino olor: la sombra huele a dios,
emano son: lo amplio es honda música,
filtro sabor: la mole bebe mi alma,
deleito el tacto de la soledad.
Soy tesoro supremo, desasido,
con densa redondez de limpio iris,
del seno de la acción. Y lo soy todo.
Lo todo que es el colmo de la nada,
el todo que se basta y que es servido
de lo que todavía es ambición.
(De La estación total, 1923-1936)



LA ETAPA FINAL

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